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La guitarra del cierre

No, no me voy

by Israel.

Uno no puede despedirse de nueve años. Por lo menos no así, sin más, sin dejarse en Iznalloz una buena parte de su vida. Para mí, la mejor parte. Así que no me despido, esto es una reflexión, no una despedida.

    Cuando llegué a los Montes Orientales era el más joven de la plantilla. Los primeros años decía en noviembre que ya mismo era mi cumpleaños y la edad que iba cumpliendo y Carmen Lomana o Eva Escolano o las otras compañeras del turno de coches resoplaban y decían, bah eres un chaval, quién los pillara, que te calles ya. El primer año sobre todo recuerdo el apoyo que me brindasteis todos cuando mi padre enfermó primero y terminó falleciendo después. Mi familia paterna viene de Iznalloz, y allí descansa él, en Iznalloz, en el cementerio de abajo, al lado de mi abuela y de mi hermano. La carne vuelve a la tierra donde pertenece, y mi familia y yo pertenecemos allí. Quizá algún abuelete del pueblo se acuerde de las Camilas, que era la familia de mi abuela. Algún Castilla de por allí tiene que ser familia mía. Qué cosas… Todavía recuerdo la sensación clara y rotunda al llegar de que un círculo se cerraba y que pasaría allí la tira de años.

    Lo primero que aprendí es que un instituto es un órgano vital del ser vivo que es un pueblo, y más en esta zona. Rafa Herrera dijo una vez que en estos pueblos no hay casa de la cultura, teatro, o biblioteca, así que lo que hagamos nosotros es lo que queda hecho, y si no, no se hace. Bueno, pues creo que el saldo de estos años es bastante positivo. No sólo hemos hecho música varias veces, con Ana Jiménez y con Amaya (qué máquinas) y con Antonio Charneco y con Javi Batera y con Nico y Anguita y con el Yogye y con Mariluz Arredondo y con Yael y con más gente, sino que he hecho teatro con Rafa y con Nicasio y con Isabel Arias y Carmen Pinilla y Charo Castilla, he ido de viaje de estudios con Carolina y con Ana Muñoz y con Pedro Sañudo y con Rafa Peinado, hemos ido al cine los de inglés a ver una peli en versión original un chorro de veces, hemos ido a Granada de visita con Rafa Bonilla… Es tanta gente, y tan buena, que no podría citarlos a todos. Incluso mi madre fue a la biblioteca a presentar su libro y darle una charla a los chavales, o mi amigo Álvaro fue a contarles qué tal se pasa en un campamento griego de refugiados sirios e irakíes ahí echando una mano y haciendo lo que uno puede.

    Lo que estamos haciendo allí cada día es muy grande, muy importante, muy bonito. Estamos viviendo y haciendo que la vida sea más llevadera y más plena. No sólo comemos y recibimos alimento de la cafetería del centro y del Torro y de la Momentos, sino que damos de comer, damos alimento (en todos los sentidos) a miles de personas de Iznalloz y de Deifontes y de Montillana y de Montejícar y de Dehesas Viejas y de yo qué sé cuántos pueblos más, que nunca me acuerdo de todos. He tenido charlas de pasillo geniales con Juan Montes o con Manolo Quirós o con Angustias o con Juanjo, Salva, Manuel, Nati, Belén, Ángela… Somos mucha gente educando, del latín educere, que significa guiar y acompañar. Joer, que me estoy emocionando y todo y no quiero jajaj pero de pronto me acuerdo de la pajarita que me prestó Víctor para presentar la graduación o de la sonrisa de la jefa de festejos o de las regañeras de Norbert en jefatura o de tanta buena gente que cómo no te vas a emocionar.

    Hace unos años también yo tuve que parar unos meses y quedarme en casa a reordenar mi vida, y el instituto me enseñó que todos somos importantes pero nadie es imprescindible. Cuando volví a meterme en clase me di cuenta de que toda la maquinaria había seguido funcionando perfectamente y que otros habían dado también lo mejor de sí mismos para que siguiera llegando el alimento a la boca hambrienta. Y me uní de nuevo a la corriente y fui dando yo también lo mejor que tengo para que todos fuéramos aprendiendo de todos como ha ido pasando desde 1975.

    Y hace año y medio, además encontré el amor en la sala de profesores. Una cena de navidad con una pequeña actuación musical se convirtió en el germen de la historia más bonita que he vivido nunca. Ana Padial se acordará de cómo reflexionaba en esos viajes del turno de coches donde se decide más que en un claustro. Y no sólo me dio buenos consejos, sino que además funcionaron. Y viví el pellizco pidiendo consejo a Ana Fernández y a las demás, y finalmente la magia de los horarios hizo que un viernes empezara mi historia con Merche mientras mucha gente estaba todavía dando clase. No sabes lo que te quiero, linda mía. No lo sé ni yo.

    Así que no me despido, no puedo. Mi vida siempre estará unida a este centro sin un salón de actos decente. De hecho, hemos convertido el centro entero en un salón de actos enorme donde se representa la obra de teatro más real y más significativa de la vida de cualquiera. Allí nos alimentamos todos, y joder, qué bien nos sale. Qué alegría haber convertido allí el trabajo en un placer que no cuesta trabajo. Y digo gracias. A todos. Gracias.

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